Buendianoticia 7.Blogspot.com

sábado, 17 de noviembre de 2012

Para tener en cuenta


MOVIMIENTO SANMARTINIANO REPUBLICANO 

FEDERAL.



Me tomé el atrevimiento de poner color al título.

No por capricho personal, sino por que la divisa amerita identidad.
Verde: es el color color de la vida, del cuidado del medio ambiente, de la continuidad del planeta, la raza y la historia.
Bordó: la sobriedad del general no permitiría otro color de identificación y el negro no es de vida.
Azul: fue su uniforme, es el de los Granaderos, y es el color Unitario de Patria, una sola para todos.
Rojo: como la sangre de todos los argentinos que perdieron su vida en distintas circunstancias, y es el color del federalismo 
que nunca más se debe perder, es más a partir de ahora, profundizarlo y arraigarlo en la mente y el corazón de cada uno, para que SI, sea para todos .

Los creadores del Movimiento deberán aprobar la
idea, para QUE TENGA VIGENCIA. 
Pero como la idea es fundadora de un tiempo nuevo, su presentación no puede esperar.
Una entidad aglutinante de la ciudadanía, para lograr el éxito final debe mostrar sus atributos, poner en claro cuales son sus propósitos  y declarar sus principios.
Como no se trata de un partido político, sino de un frente que aglutina ideas ciudadanas, 
para lograr concenso, aquí tiene el espacio
para que : NADIE CONFUNDA, ni se equivoque con el proyecto, que no tiene otro dueño, que el respeto y respaldo a :
La Constitución Nacional y la Ley.
El Director.
- - -------------------------------------------------------- - -



MOVIMIENTO SANMARTINIANO REPUBLICANO FEDERAL.



Tiene fundamentos filosóficos,  en la misma vida del Padre de la Patria, y en la respuesta que dejaron quienes fueron herederos de su nombre y
su respeto ciudadano.
El historiador Oscar Fernando Larrosa, en dos ensayos históricos, nos da
claras muestras de lo antes dicho.


LA ÚLTIMA BATALLA DEL GENERAL SAN MARTIN.
Oscar Fernando Larrosa (h).
Nunca perseguí la gloria,
ni dejar en la memoria
de los hombres, mi canción.
Antonio Machado.



EL CONFLICTO

En 1844 las tropas del Presidente constitucional uruguayo Manuel Oribe, apoyadas por Rosas y Urquiza pusieron sitio a la ciudad de Montevideo
amenazando el refugio de los unitarios exiliados y de varios miles de franceses e ingleses que la habían tomado como factoría del imperio. Fructuoso Rivera, quien había usurpado el gobierno con ayuda francesa, era el jefe nominal de esa especie de brigada internacional en la que se mezclaban los intereses comerciales de las
potencias europeas con las rencillas políticas internas del Plata, y a la que se sumaban algunos aventureros como el italiano Giuseppe Garibaldi.

Atendiendo a los “justos reclamos de sus súbditos”, como dijera Sir Robert Peel en el parlamento británico, las dos principales potencias mundiales, Francia e Inglaterra deciden intervenir para imponer sus intereses comerciales, no ya
solapadamente como hasta entonces sino de modo directo en la que fuera, tal vez, la mas injusta acción militar de dos potencias extranjeras en América. 
Para ello bloquearon el puerto de Buenos Aires con sus escuadras y dejando de lado los 
regodeos diplomáticos, reclamaron al Jefe de las Relaciones Exteriores de la  
Confederación la libre navegación de los ríos interiores.
El General Rosas, que no había reconocido la independencia del Paraguay ni 
aceptaba la creación inglesa del Estado-tapón en Uruguay, porque a ambas las 
seguía considerando provincias argentinas no tenía la mala costumbre de acatar

los “deseos” ni las imposiciones de países extranjeros. 
Por ello rechazó de modo 
terminante la pretensión de los interventores de navegar los ríos interiores sin 
someterse a la jurisdicción de las leyes argentinas.

El desarrollo del conflicto adquirió un cauce dinámico.
Hubo duros cruces de 
protestas diplomáticas entre el canciller de la Confederación Argentina Felipe 
Arana y las cancillerías de las potencias extranjeras. 


Las escuadras interventoras 
capturaron la isla Martín García y a la escuadra naval argentina, que no ofreció 
resistencia por orden de Rosas. 


El Almirante Brown diría, en nota dirigida al

gobernador:
“Tal agravio demandaba el sacrificio de la vida con honor, y sólo la 
subordinación a las supremas órdenes de V.E.  para evitar la aglomeración de 

incidentes que complicasen las circunstancias, pudo resolver al que firma a arriar 
un pabellón, que durante treinta y tres años de continuos triunfos ha sostenido 
con toda dignidad en las aguas del Plata”.


                                Almirante Guillermo Brown.

Las naves argentinas fueron repartidas por los “negociadores” diplomáticos Ouseley  y Deffaudis entre las dos escuadras y algunas de ellas fueron entregadas al aventurero Garibaldi y su horda de mercenarios, quienes se dedicaron a saquear y masacrar a las poblaciones ribereñas de Gualeguaychú, Colonia y Salto.

La flota interventora se aprestaba a remontar el Paraná con noventa buques mercantes y once de guerra, entre los que se encontraban los primeros buques propulsados a vapor. 
La idea de los interventores era “luchar por los grandes  principios de la humanidad contra el tirano sangriento del Plata” y, aprovechando 
el viaje, colocar su producción industrial en nuestro país, comerciando directamente con cada provincia, a fin de crear republiquetas dóciles a sus designios.

Entre tanto el Litoral se preparaba para la guerra. La estrategia criolla era, igual que en 1806 y 1807, resistir como fuera y con lo que se tuviera.
En un recodo del río llamado Vuelta de Obligado fueron atravesadas tres líneas  de cadenas sostenidas por lanchones y atadas en un extremo a tres anclas y en su otro extremo al bergantín “Republicano”, al mando del capitán Tomás Craig,
para que se supiera que el paso no era libre y que había que batirse para forzarlo.
Desde la costa, las tropas de la Confederación Argentina al mando del General Lucio Norberto Mansilla, con cañones de la época colonial, fusiles de chispa, lanzas y bayonetas, esperaban a la flota anglo francesa.

SAN MARTIN Y ROSAS
En 1838 cuando se produjo el primer bloqueo francés, a raíz del incidente promovido por la impertinencia del supuesto cónsul Aimé Roger, 
San Martín 
escribió su primer carta al Jefe de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina, Brigadier General Don Juan Manuel de Rosas. 
En ella, luego de comentar los motivos de su ostracismo, el Libertador le decía:
“ He visto por los papeles públicos (diarios) de ésta, el bloqueo que el gobierno francés ha establecido contra nuestro país; ignoro los resultados de ésta medida; si son los de la guerra, yo sé lo que mi deber me impone como americano; pero en mis circunstancias y las de que no se fuere a creer que me supongo un hombre necesario, hacen, por un exceso de delicadeza que usted sabrá valorar, si usted me cree de alguna utilidad que espere sus órdenes; tres días después de haberlas
recibido me pondré en marcha para servir a la patria honradamente, en cualquier clase que se me destine. 
Concluida la guerra me retiraré a un rincón, esto es si mi país ofrece seguridad y orden; de lo contrario regresaré a Europa con el 
sentimiento de no poder dejar mis viejos huesos en la patria que me vio nacer”.

Con ésta sencillez, el más grande héroe de la República, a los sesenta años de edad se ofrecía a combatir “en cualquier clase que se le destine”.
Esta carta dio inicio a una larga y efusiva amistad epistolar entre el General San Martín y Don Juan Manuel, cuyo corolario fue la donación del glorioso sable corvo del Libertador a Rosas y los sucesivos homenajes de éste a San Martín en 
sus mensajes anuales a la Legislatura porteña. 

Durante muchos años, y a instancia de algunos historiadores antirrosistas, se sostuvo que la donación del sable fue  
producto de un acto de desvarío senil del Libertador. 

Nada más alejado de la verdad. 
Verdad que se ha mantenido en las sombras para justificar la traición a la Patria de unos cuantos “prohombres de la República”.

Nuestro Padre de la Patria, el hacedor de la Independencia de Sud América, había pronosticado en febrero de 1834 (en una carta a Tomás Guido) que solo un hombre con las características personales de Rosas podía enderezar el rumbo de
nuestra tierra y supo luego, en el transcurso de los conflictos con Inglaterra y Francia, que a Don Juan Manuel le había sido dado el honor de completar la gesta emancipadora que José Francisco de San Martín iniciara una mañana de l813, 
cuando 

el sol comenzaba a resplandecer, frente al convento de San Lorenzo.
Nadie mejor que él sabía, de que se trataba, cuando se hablaba de la libertad de América.
Rosas le contestó con una carta, en la cual le afirmaba que no creía que hubiera guerra y que 
igualmente consideraba que el Libertador podría servir mejor a la Patria desde Europa, haciendo uso de su prestigio a favor del país. 
El tiempo daría razón a su apreciación.


LA CARTA DE SAN MARTIN A JORGE F. DICKSON.

En 1845, en pleno desarrollo del conflicto en el Plata, San Martín vivía en 
Grand Bourg, localidad situada en las afueras de París; con su hija Mercedes, su hijo político Mariano Balcarce y sus dos nietas, Merceditas y Josefa (la Pepa).
La salud del General, que nunca había sido buena tenía crónicas recaídas que le producían graves padecimientos. 
Sufría de reumatismo y gastritis a los que se sumaba una progresiva ceguera por cataratas más las secuelas de sus heridas de guerra y de un ataque de cólera. 
A éstos dolores se sumaban, la constante añoranza de la patria lejana; pues, Don José Francisco, aún hasta pocos días antes de su muerte siguió soñando con el retorno a su tierra prometida.
Siempre deseó volver a esa Buenos Aires de la que se había ido hastiado de que lo persiguieran como a un criminal o de que intentaran involucrarlo en
alguno de los partidos que desangraban a la Patria por la que él y sus heroicos soldados habían luchado.
Durante su estancia en Nápoles,  adonde había concurrido por prescripción médica se presentó la oportunidad de actuar nuevamente a favor de su patria. 
Ya no sería como en San Lorenzo y Chacabuco, sable en mano y al galope, con el corazón en la garganta; ni como en  Cancharrayada,  donde aguantó la carga de fusilería de un regimiento español tratando de salvar su ejército.
 Aún así  el viejo General usaría las armas que el tiempo y las miserias humanas no pudieron
doblegar: su genial visión estratégica, el enorme prestigio militar acumulado en sus campañas y la confianza ciega en el coraje de sus paisanos. 
Un año antes, Rosas había revitalizado los bonos del empréstito Baring al 
enviar a Londres una remesa de sesenta mil pesos plata para abonar intereses 
caídos, lo que produjo la algarabía de sus tenedores que ya los daban por 
perdidos. 


Al producirse el bloqueo, los bonos volvieron a caer, gestando una 
sorda oposición (en especial de la Casa Baring) al mentor de esa medida, Lord
Aberdeen.
El representante de la Confederación en Londres, el empresario anglo 
argentino Jorge Federico Dickson, quién tenía importantes intereses comerciales 
en el Río de la Plata, le solicitó su opinión al Libertador sobre las posibilidades

de éxito de la intervención anglo francesa en el Plata. San Martín, que seguía al 
detalle la situación de la Argentina y conocía la oposición de los financistas y 
comerciantes ingleses, escribió la siguiente carta:


"
de Londres el 12 de febrero de 1846 cuando todavía no se conocían en Europa 
los hechos acaecidos en la Vuelta de Obligado:>
“Hemos sido favorecidos con la siguiente traducción de una carta del 
general San Martín a un caballero que le pidió su opinión sobre el tema de la 
intervención armada de Inglaterra y Francia en los asuntos de la República del 
Río de la Plata. Estimamos casi innecesario informar a nuestros lectores que el 
general San Martín es el distinguido jefe que sucesivamente llevó a término la 
liberación de Buenos Aires, Chile y Perú del yugo español, y cuya travesía de los 
Andes al frente del ejercito libertador, fue considerado como un hecho que en 
muchos aspectos rivaliza con el paso de los Alpes por Napoleón. 

El general San 
Martín es nativo del virreinato de Buenos Aires, y por su completo conocimiento
del país y de sus conciudadanos, a los que tantas veces llevó a la lucha y a la 
victoria, no hay hombre viviente que esté tan bien capacitado para opinar sobre 
la materia como él, ni ninguno que tenga mas títulos a ser respetado. 

Como hace 
tiempo que se retiró de la vida pública, y reside en Europa, donde al parecer ha 
decidido pasar el resto de sus días, no tiene más interés en el asunto, sino el que 
naturalmente debe suponerse sienta por el honor y bienestar de su país, su 
opinión debe considerarse absolutamente imparcial. Sobre ella llamamos 
intensamente la atención de nuestros lectores.”

Nápoles, diciembre 28, 1845.
“Mi querido amigo: 
He sido informado de su deseo de tener mi opinión
sobre la presente intervención de Inglaterra y Francia en la República 
Argentina, tengo no solo mucho placer en exponérsela a usted sino que lo haré 
con la franqueza de mi carácter y con la más perfecta imparcialidad, 
lamentando solamente que el mal estado de mi salud me impida entrar en los

muchos detalles que la importante cuestión merece.
No pienso necesario entrar a investigar la justicia o la injusticia de tal 
intervención, ni los perjudiciales resultados que traerá para los ciudadanos de

ambas naciones la paralización absoluta de las relaciones comerciales, como 
también la alarma y desconfianza que lógicamente dicha interferencia habrá 
provocado en los nuevos estados de Sud-América. 

Debo limitarme a inquirir si 
las dos naciones interventoras tendrán buen éxito en el logro del fin que se han 
propuesto con las medidas coercitivas que han empleado hasta el presente 
momento o sea la pacificación de ambas orillas del Plata. 

Debo declarar a Ud. 
mi firme convicción de que no podrán tener buen éxito; por el contrario, su 
modo de proceder hasta el día de hoy no producirá otro efecto que prolongar 
por tiempo indefinido los males que se proponen remediar y que no hay humana 
predicción capaz de fijar una fecha probable a la pacificación que tan 
ansiosamente desean. 
Voy a explicarme más extensamente.
La firmeza de carácter del jefe que gobierna hoy la República Argentina es 
notoria en todo el mundo, así como el ascendiente que tiene en las vastas

llanuras de Buenos Aires y en las otras provincias, y aunque no dudo que en la 
capital tenga un número de enemigos personales, yo estoy persuadido de que ya 
sea por orgullo nacional, por temor o por el prejuicio heredado de los españoles 
contra los extranjeros se unirán todos para tomar parte de la lucha. 
Además, 
debe tenerse muy presente (como lo ha demostrado la experiencia) que la 
medida del bloqueo ya declarado no tiene la misma influencia en los Estados de 
América y menos que en todos en la República Argentina como podría tenerla en

Europa. 
Esta medida sólo afectará a un pequeño número de terratenientes y 
propietarios, pero a la masa del pueblo, que ignora las necesidades europeas, la 
continuación del bloqueo les sería indiferente.
Si las dos potencias quisieran llevar mas adelante las hostilidades – es decir, declarar la guerra – yo no dudo 
que con mas o menos pérdida de hombres y dinero tomarían Buenos Aires 
(aunque tomar una ciudad resuelta a defenderse es una de las más difíciles 
operaciones de guerra); pero aún después del triunfo, estoy convencido que no 
serían capaces de mantenerse largo tiempo en la capital. 
Es bien sabido que el 
principal y podría decir el único alimento del pueblo es la carne y que
igualmente con la mayor facilidad el ganado vacuno puede ser retirado en pocos 
días bastantes leguas al interior, como también los caballos y todos los medios 
de transporte.

En breve tiempo se podría formar un vasto desierto, imposible de cruzar por 
una gran fuerza europea, que correría tantos mayores peligros cuanto mayor

fuese su número. 
Pretender llevar la guerra apoyándose en los nativos, yo estoy segurísimo de que muy pocos serían los que apoyarían al extranjero.
Finalmente, con siete u ocho mil hombres de caballería del país y veinticinco o treinta piezas de artillería ligera que el general Rosas fácilmente mantendría no sólo lograría un bloqueo terrestre de Buenos Aires, sino que impediría que un ejercito europeo de veinte mil hombres, se alejase mas de treinta leguas de la capital, sino exponiéndose a su total destrucción, por falta de recursos 
necesarios. 

Tal es mi opinión y la experiencia probará que está bien fundada a no ser que – como es de esperar – el Ministerio inglés cambie su política. ”
Esta carta, simple y directa sonaría tan fuerte en la opinión publica y en el 
Parlamento inglés como los cañonazos con que Mansilla, Thorne y  Alzogaray

marcaron el camino de ida y vuelta de la flota por el Paraná. 
En ella hace claras 
referencias a las invasiones inglesas de 1806 y 1807, y a la posibilidad de un  
éxodo como el jujeño o el que sufriera Napoleón en Rusia.
Esta misiva es hija de la misma habilidad táctica con que San Martín manejó 
su guerra de zapa, enloqueciendo a Marcó del Pont, antes del cruce de la 
cordillera.

-----------------------------------------------------------------


La Vuelta de Obligado

En la mañana del 20 de noviembre de 1845 los buques de la flota tomaban 
posición frente a las baterías que a toda prisa había mandado a construir el general Lucio Norberto Mansilla, veterano de Chacabuco y Maipú.
 El diseño de las baterías  estuvo a cargo del héroe de ese día, el coronel Juan Bautista Thorne. 
Todo el ancho del río fue atravesado por tres líneas de cadenas colocadas sobre lanchones y barcos
desmantelados, las que estaban atadas por un extremo a tres anclas y por el otro al bergantín “Republicano”, al mando del capitán Tomás Craig, irlandés llegado a Buenos Aires con la invasión inglesa de 1806 y que luego de acriollarse combatió en el Ejercito del Norte a órdenes de Belgrano, e hizo la campaña de Perú con San Martín.
Lograron construir cuatro de las siete baterías que estaban previstas. 
Estas eran: la batería “Restaurador” con 6 piezas al mando del Ayudante Mayor Álvaro de Alzogaray; 
la batería “General Brown” con 8 piezas al mando del Teniente Eduardo Brown, hijo del Almirante; 
la “General Mansilla” con 8 piezas, al mando del Teniente de artillería Felipe Palacios y, mas allá de las cadenas que cerraban el paso del río, la batería “Manuelita” con 7 piezas (dos de tren volante) al mando del coronel Juan B. Thorne. 

La mayoría de los cañones argentinos eran de 10 libras y solo algunos de 24.
A la derecha de las baterías, en un bosque se estacionaron las tropas del Regimiento de Patricios de Buenos Aires y su banda militar, a órdenes del coronel Ramón Rodríguez. 
Detrás de la batería “Restaurador” había un cuerpo rural de 100 hombres al mando del Teniente Juan  Gainza , seguidos por los milicianos de San 
Nicolás al mando del Comandante Barreda y otro cuerpo rural al mando del coronel 
Manuel Virto.
La reserva era comandada por el coronel José M. Cortina e incluía dos 
escuadrones de caballería a órdenes del Ayudante Julián del Río y del Teniente

Facundo Quiroga, hijo del Tigre de los Llanos. Detrás de la reserva se encontraban 
unos 300 vecinos incluyendo mujeres, de San Pedro, Baradero y San Antonio de 
Areco, que se reunieron a último momento, armados con lo que pudieron traer.

La flota estaba constituida por once buques que sumaban 99 cañones, la 
mayoría de ellos de 32 libras, algunos de 80 y otros con el sistema 

Paixhans de 
bala con espoleta cuyos explosivos causaron estragos en la defensa.
A las 9 de la mañana el buque inglés Philomel  lanzó el primer 
cañonazo, la banda del Regimiento Patricios rompió con los acordes del Himno

Nacional y entre vivas a la patria comenzaron a responder las baterías argentinas.
En pocos minutos, la tranquila ribera del Paraná se convirtió en una imitación del 
infierno. 

Desde ambos bandos se lanzaban unos cuarenta proyectiles por minuto, 
generalizándose las bajas en las tropas de la Confederación. 

A las once un grupo de 
infantería francés intentó desembarcar y fue atacado por las tropas de Virto,

pereciendo la mayoría de ellos bajo los sables argentinos o ahogados al huir.Hacia el mediodía el general Mansilla envió un parte a Rosas diciéndole que no sabía por cuanto tiempo más podría contener al enemigo pues se le agotaban las
municiones. 
No obstante ello el fuego de las baterías argentinas había logrado dejar fuera de combate a los buques Fulton, Pandour y Dolphin y generado graves
daños en otros buques; pero el costo en vidas entre los artilleros criollos era altísimo. 
El capitán Craig debió hundir el bergantín “Republicano” que ya estaba casi desmantelado a cañonazos y se reunió con los hombres que le quedaban en las baterías de tierra.
A las cuatro de la tarde, los ingleses protegidos por el buque Fireband lograron cortar las cadenas y sobrepasar las defensas. 
En tierra, únicamente respondía la batería Manuelita, cuyo jefe, el coronel Thorne causaba la admiración de los enemigos, dando órdenes desde lo alto de su posición con todo su cuerpo expuesto al fuego enemigo.
El general Mansilla le ordenó cesar el fuego y retirarse, pero Thorne rechazó la orden respondiendo que sus cañones le demandaban hacer fuego hasta vencer o morir. 
En esa posición se mantuvo hasta que un cañonazo lo hizo volar por el aire dejándolo gravemente herido y sordo de por vida. 
Sus soldados lo retiraron del campo llevándolo hasta el  convento de San Lorenzo.
Hacia el atardecer, cuando ya no quedaban cañones ni artilleros en pie, desembarcaron los invasores; 
Mansilla ordenó cargar al enemigo pero un golpe de metralla lo derribó, hiriéndolo en el estómago. Entonces encabezó el ataque el coronel Ramón Rodríguez con los Patricios, dándoles una brillante carga a la bayoneta pero finalmente hubo de retirarse ante la superioridad de fuego del enemigo.
La bandera argentina que, manchada de sangre, fue tomada por los ingleses en la batería de Thorne, la devolvería 38 años después el almirante Sullivan
(capitán del Philomel) como muestra de su admiración por el jefe de la batería
Manuelita.