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lunes, 13 de febrero de 2012

Dr. Juan Carlo Amatucci.

Embanderados
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A principios de 1812, el entonces coronel Belgrano estaba apostado en las barrancas del Río Paraná, cerca de la aldea de Rosario, para defender esas costas de las incursiones de las tropas realistas llegadas de la Banda Oriental.Al frente del Regimiento de Patricios, y luego de una larga travesía durante el tórrido enero, el 7 de febrero llegó Belgrano a la Capilla del Rosario para construir unas baterías que frenaran el avance realista hacia la ciudad de Santa Fe.
Hasta ese momento, las tropas patriotas habían luchado bajo la bandera española, y por eso Belgrano ya venía reclamando al Triunvirato la creación de una escarapela nacional.

El 13 de febrero, Belgrano le volvió a escribir al Triunvirato –compuesto por Manuel de Sarratea, Feliciano Chiclana y Juan José Paso– pidiéndole urgentemente una escarapela que distinguiera a sus tropas de las realistas. 
El Triunvirato le hizo caso y emitió un decreto creando la escarapela argentina: “Sea la escarapela nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, de color blanco y azul-celeste…”. Y le contestó a Belgrano: “En acuerdo de hoy se ha resuelto que desde esta fecha en adelante, se haga, reconozca y use la Escarapela Nacional de las Provincias Unidas del Río de la Plata, declarándose por tal la de los colores blanco y azul-celeste, y quedando abolida la roja con que antiguamente se distinguían”.
Pero eso era lo máximo que estaba dispuesto a hacer el Triunvirato, no estaba dispuesto ni siquiera a analizar la posibilidad de una bandera propia, ya que tenía que mantener aquella política ambivalente de la “máscara de la monarquía”.
Entusiasmado, Belgrano vuelve a escribir al Triunvirato a fines del mismo mes: “… Las banderas de nuestros enemigos son las que hasta ahora hemos usado, pero ya que V.E. ha determinado la Escarapela Nacional con que nos distinguimos de ellos, y de todas las naciones, me atrevo a decir a V.E. que también se distinguieran aquellas, y que en estas baterías, no se viese tremolar sino las que V.E. designe. Abajo, Señor Excelentísimo, esas señales exteriores que para nada nos han servido y con que parece que aún no hemos roto las cadenas de la esclavitud”..
El 27 de febrero, durante un atardecer apacible y resplandeciente, Belgrano inauguraba las baterías Libertad e Independencia, la primera en la margen occidental del río Paraná, y la segunda en una isla situada a unos 1.000 metros de allí.
“A su frente se extendían las islas floridas del Paraná que limitaban el horizonte: a sus pies se deslizaban las corrientes del inmenso río, sobre cuya superficie se reflejaban las nubes blancas en el fondo azul de un cielo de verano, y el sol que se inclinaba al ocaso iluminaba con sus rayos aquel paisaje lleno de grandiosa majestad”.
En esas cirsunstancias, entusiasmado por la creación de la escarapela, a las seis y media de la tarde del 27 de febrero de 1812, Belgrano enarboló la bandera celeste y blanca por primera vez en la batería Libertad. 

Y montado en su caballo, levantando su sable, arengó a su tropa diciendo: “Soldados de la patria: en este punto hemos tenido la gloria de vestir la escarapela nacional que ha designado nuestro excelentísimo gobierno; en aquel (la batería Independencia) nuestras armas aumentarán las suyas. 
Juremos vencer a los enemigos interiores y exteriores y la América del Sur será el templo de la independencia y la libertad. En fe de que así lo juráis, decid conmigo ¡Viva la patria!”.
Antes de partir hacia Jujuy para relevar a Juan Martín de Pueyrredón al mando del Ejército del Norte, que venía totalmente desmoralizado por la derrota de Huaqui (ver capítulo de Bolivia), envió una comunicación al Gobierno de Buenos Aires contándole lo sucedido. Allí decía: “A las seis y media de la tarde se ha hecho salva en la Bateríade la Independencia, y queda con la dotación competente para los tres cañones que se han colocado, las municiones y la guarnición. 

He dispuesto para entusiasmar a las tropas, y estos habitantes, que se formen todas aquellas, y hablé en los términos de la copia que acompaño. Siendo preciso enarbolar bandera y no teniéndola, la mandé hacer blanca y celeste conforme los colores de la escarapela nacional: espero que sea de la aprobación de V. E.”.
Dice la leyenda rosarina que quien confeccionó esa primera bandera fue María Catalina Echevarría de Vidal, hermana de José Vicente Anastasio de Echeverría, uno de los compañeros de Belgrano en su expedición al Paraguay, y que fue izada por primera vez por otro vecino de esa villa de Rosario: Cosme Maciel.
Enterado el Triunvirato, le envió una carta recomendándole que hiciera pasar el episodio como una muestra pasajera de entusiasmo y ocultara con disimulo la bandera, reemplazándola por la que se usaba en el fuerte de Buenos Aires, que era roja y amarilla.

La necesaria desobediencia .
La preocupación del Triunvirato se debía a que la creación de una bandera propia aceleraba definiciones y posturas en la lucha de independencia e iba en contra de la política oficial de actuar como si fuera en defensa de los derechos del rey preso de los franceses. 
No se temía sólo quedar mal con España, sino principalmente con Inglaterra, que en ese momento era aliada de España en contra de Francia.
Sin embargo, Belgrano nunca recibió la carta con esa orden del Gobierno, porque ya se había puesto en marcha para hacerse cargo del Ejército del Norte, otro de los frentes realistas más fuertes, junto con la Banda Oriental.
Una vez en San Salvador de Jujuy, para el segundo aniversario de la Revolución de Mayo se celebró un Te Deum en la catedral y se volvió a enarbolar la bandera celeste y blanca. 

Ese 25 de mayo, frente al Cabildo, el obispo de Jujuy, Juan Ignacio Gorriti, bendijo la bandera y el pueblo la vivó con entusiasmo.
Por eso, en una nueva comunicación, Belgrano le decía al Triunvirato: “… 

El pueblo se complace de la señal que ya nos distingue de las demás naciones…”.
Al enterarse, el Triunvirato tomó esta circunstancia como una desobediencia a sus recomendaciones de dar marcha atrás con lo de la bandera, y le ordenó regresar y hacer lo necesario para “la reparación de tamaño desorden”.
Belgrano, herido en su amor propio, obedeció pero escribió un mes más tarde: “Debo hablar a V.E. con la ingenuidad propia de mi carácter, y decirle, con todo respeto, que me ha sido sensible la reprensión que me da en su oficio de 27 del pasado, y el asomo que hace de poner en ejecución su autoridad contra mí, si no cumplo con lo que me manda relativo a la Bandera Nacional, acusándome de haber faltado a la prevención de 3 de marzo, por otro tanto que hice en el Rosario. 

Para hacer ver mi inocencia, nada tengo que traer más a la consideración de V.E., que en 3 de marzo referido no me hallaba en el Rosario, pues conforme a sus órdenes del 27 de febrero, me puse en marcha el 1º, o 2, del insinuado marzo, y nunca llegó a mis manos la comunicación de V.E. que ahora recibo inserta, pues a haberla tenido, no habría sido yo el que hubiese vuelto a enarbolar la bandera como interesado siempre en dar ejemplo de respeto y obediencia a V.E., conociendo que de otro modo no existiría el orden, y toda nuestra causa iría por tierra… no había bandera, y juzgué que sería la blanca y celeste la que nos distinguiese como la escarapela, y esto, con mi deseo de que en estas provincias se cuenten como una de las naciones del globo, me estimuló a ponerla. 
Vengo a estos puntos, ignoro como he dicho, aquella determinación, los encuentro fríos, indiferentes, y tal vez, enemigos, tengo la ocasión del 25 de mayo, y dispongo la Bandera para acalorarlos y entusiasmarlos, 
¿y habré, por esto, cometido un delito…? 
La Bandera la he recogido, y la desharé para que no haya ni memoria de ella… pues si acaso me preguntaren por ella, responderé que se reserva para el día de una gran victoria por el Ejército, y como éste está lejos, todos la habrán olvidado y se contentarán con lo que se les presente…”.
Pero lejos de ser olvidada, la bandera argentina se izó por primera vez en Buenos Aires el 23 de agosto de 1812 en la iglesia San Nicolás de Bari, donde hoy está el Obelisco, símbolo de la ciudad. El motivo fue una misa de acción de gracias por el fracaso de una conspiración realista que debía estallar el 5 de julio pero que fue descubierta, y de la cual era líder Martín de Álzaga, posteriormente fusilado. 

Según algunos autores, esa bandera que se izó fugazmente en Buenos Aires habría sido de tres franjas: celeste, blanca y celeste, pero la blanca del medio, del doble de ancho que las celestes, siguiendo la línea de la bandera española.
¿Guerra civil?
Una vez instalado en Yatasto, al frente del Ejército del Norte, Belgrano le escribe al jefe realista Pío Tristán en marzo de 1812:
“Mi querido Pío: 

¡Cuán distante estaba yo de venir a escribirte en estos lugares! 
La enfermedad de Pueyrredón me ha conducido hasta aquí, desde las orillas del Paraná, en donde me hallaba con mi regimiento poniendo una puerta impenetrable para todos los enemigos de la Patria. 
Fui el pacificador de la gran provincia de Paraguay. 
¿No me será posible lograr otra tan dulce satisfacción en estas provincias? 
Una esperanza muy lisonjera me asiste de conseguir un fin tan justo, cuando veo a tu primo (el general realista José Manuel de Goyeneche) y a ti, de principales jefes. Créeme siempre tu amigo” . En abril: “… Sé cuánto han trabajado los Tristanes por la felicidad de la Patria… les seré eternamente reconocido y a ti, mucho más, si aprovechándote de la confianza que tienes con tu general, consigues que se acabe esta maldita guerra civil con que nos destruimos y vamos a quedar para presa del primero que nos quiera subyugar” .
Pío Tristán había nacido en Arequipa, entonces Virreinato del Perú, y era un militar al servicio de la corona española, lo que desvirtúa otra de las ideas lineales y simplificadoras que forman parte de la historia que nos enseñan: aquella de que era una guerra de españoles contra patriotas americanos. En realidad, había españoles que apoyaban los movimientos emancipatorios y también había americanos al servicio de la corona, como Pío Tristán. 

Esto abona el pensamiento de Belgrano de que esa guerra se parecía mucho a un guerra civil, y en la cual a veces se enfrentaban amigos y hasta parientes.
Paradójicamente, el 23 de agosto de 1812, el mismo día que se izaba por primera vez en Buenos Aires su bandera, Belgrano emprendía el Éxodo Jujeño, ya que con 1.300 soldados no podía defender esa plaza frente al ejército realista –al mando de su amigo Pío Tristán– con más del doble de efectivos.
Las órdenes del Triunvirato eran de replegarse hasta Córdoba, pero la obediencia de Belgrano no fue total. 

El intelectual devenido en militar se dio cuenta de que no podía seguir huyendo con todo un pueblo a cuestas, y que tampoco podría dejar a los civiles solos, librados a su suerte y a expensas de las represiones realistas. 
Entonces decidió desobedecer al Triunvirato y presentó batalla venciendo a los realistas en Tucumán el 24 de setiembre de 1812, aunque con su bandera guardada por ahora.
“El triunfo de Belgrano en Tucumán, tuvo su repercusión inmediata en Buenos Aires. 

Hacía tiempo que venía preparándose en la capital una revolución pacífica, que el progreso de las ideas y las exigencias crecientes del espíritu democrático hacían inevitable. 
El Triunvirato, que hasta entonces había presidido el movimiento revolucionario, ya no respondía a esas exigencias (…) 
La opinión quería una asamblea suprema que fijase la Constitución del poder, generalizara la revolución y la hiciese más popular. El Gobierno temía encontrar en ella un obstáculo en vez de un auxiliar” .
“Fue fundamental para el curso de la Revolución, ya que movilizó las ansias de independencia, hasta ese momento demoradas por la hostilidad cada vez mayor de las potencias europeas (…) El 5 de octubre llegó a Buenos Aires la noticia de la victoria, y en el mismo fuerte se izó un gallardete con los colores celeste y blanco por encima de la bandera española, amarilla y roja, que todavía flameaba”..
En resumen, Belgrano no sólo creó la bandera argentina, sino que con su triunfo en Tucumán hizo que prendiera en la gente el celeste y blanco al principio combatido. 

La única diferencia pareciera ser que mientras Belgrano usaba en el norte una bandera con dos franjas blancas y una celeste en el medio, en Buenos Aires enarbolaron una de los mismos colores pero con las franjas invertidas.
Este dato surge del epistolario del gobernador de la sitiada Montevideo, Gaspar Vigodet, quien nunca se había terminado de creer el argumento de la fidelidad a Fernando VII, y que escribió al ministro de Estado español: “Los rebeldes de Buenos Aires han enarbolado un pabellón con dos listas azul-celeste a las orillas y una blanca en el medio (…) Se han quitado de una vez la máscara con que cubrieron su bastardía desde el principio de la insurrección” .
 Debido a las contramarchas en las revoluciones en toda la América hispana, sólo quedaba en pie el gobierno de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Pero entonces los colores de la Revolución hicieron escuela. Cintas, gallardetes, escarapelas y banderas celestes y blancas fueron profusamente utilizadas para celebrar la patria nueva en cuanta ocasión se presentara. 

Había banderas bicolores de dos franjas verticales; otras de tres franjas horizontales celestes y blancas, todo dependía de la cantidad de tela del color del cielo que podía conseguirse, como afanosamente descubrieron las damas mendocinas, que supieron reemplazar la seda azul por simple sarga celeste, como le gustaba a San Martín (…) Ya a mediados del siglo XIX, se afirmó una visión laica de la vida en la que todos los próceres abrevaron. En aquella fuente surgente se conjugaron, de diverso modo, las ideas liberales, el socialismo utópico, la masonería y también la fe cristiana, pero practicada por fuera de la estructura eclesiástica. En ese clima de ideas antidogmático, ¿qué mejor que sostener que Belgrano se había inspirado en los colores del cielo para crear la bandera? 
¿Acaso el héroe había manifestado lo contrario? En rigor, pese a ser un hombre religioso, no había dejado nada escrito acerca de los motivos de su inspiración que, por ciento no tenía origen definido. Y, aun cuando celeste y blanco eran tanto los colores de la Orden de Carlos III como los del manto de la Virgen, a nadie interesaba bucear en el posible arraigo colonial o religioso de la enseña” .
Luego del triunfo de Tucumán, Belgrano se entusiasmó y sacó a relucir su bandera celeste y blanca para marchar hacia Salta, con la intención de fortalecer su posición.


La oportunidad perdida.
El 31 de enero 1813, se reunió en Buenos Aires una Asamblea Constituyente con la intención de dotar de institucionalidad y constitucionalidad al nuevo Estado emergente, pero se quedó a mitad de camino y no se animó a declarar la independencia, como pretendían entre otros, Belgrano y San Martín. Por eso, los diputados consintieron el uso de la bandera celeste y blanca, pero no la avalaron por escrito. 
En realidad, en la Asamblea del año 1813 no se declaró la independencia que hubiera dado un vuelco definitivo a la guerra, sino que sirvió solamente para las ambiciones personales de su presidente, Carlos María de Alvear, quien luego de dos triunviratos, impuso una forma de gobierno fuerte y personalista: el Directorio.
El 13 de febrero de 1813, Belgrano hizo jurar a sus tropas fidelidad a la Asamblea bajo la bandera argentina a orillas del río Pasaje 

(luego río Juramento), que en Salta constituye los primeros tramos del río Salado. Y siete días más tarde, la enseña celeste y blanca tuvo su bautismo de fuego en la batalla de Salta, donde Belgrano venció nuevamente a su amigo, el comandante realista Pío Tristán gracias a la ayuda de batallones de gauchos, tanto en la tarea previa de espionaje cuanto en el combate mismo.
A partir de esa victoria, Belgrano se instaló en Potosí –entonces Alto Perú, perteneciente al que fuera Virreinato del Río de la Plata– y se dedicó a reorganizar la administración pública. 

Pero militarmente no le fue bien porque fue vencido ese mismo año por los realistas en Vilcapugio y en Ayohuma. Luego de esos fracasos en los que se perdieron muchos hombres y bienes, Belgrano tuvo que replegarse hasta Jujuy nuevamente. Pero antes de retirarse, fue hasta la capilla de Titiri, en el curato de Macha, y escondió su bandera detrás de un cuadro. Muchos años después de terminada la guerra de la independencia, en 1883 el párroco del lugar se puso a arreglar su iglesia y encontró aquella bandera de Belgrano. La enseña fue enviada al Museo Histórico de la Casa de la Libertad de la Sociedad de Geografía e Historia de Sucre, donde está actualmente exhibída. 
Lo sorprendente es que esa bandera de Belgrano no es como la que hoy tiene Argentina, sino aquella de tres franjas horizontales blanca, celeste en el medio y blanca.
Según el historiador Armando Piñeiro, es la misma bandera que enarboló Belgrano en las orillas del río Paraná aquel 27 de febrero de 1812. En cambio, Félix Chaparro sostiene que la bandera de Rosario era de dos franjas verticales, una blanca al asta y la otra celeste. Una tercera versión muestra la bandera de dos franjas horizontales, blanca arriba y celeste abajo.
Al poco tiempo de haber vuelto a Jujuy, Belgrano entregó el mando del Ejército del Norte a José de San Martín, uno de los pocos que supo valorar a este abogado que fuera esencialmente un intelectual y un estadista, pero que sin embargo, se entregó cuando la patria necesitó que se pusiera el traje de :

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