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domingo, 17 de agosto de 2014

Un Argentino sin relasto...


2014


















El paso a la inmortalidad de 

José de San Martín, 
el padre de la patria.
Por SABINO MOSTACCIO.

para REALPOLITIK.

El 17 de agosto de 1850, en su humilde residencia de Boulogne Sur-Mer, al norte de Francia, fallecía uno de los hombres más ilustres de la historia americana, don José de San Martín. Guerrero vencedor, hábil estratega, ferviente patriota, hombre de familia, estadista, padre de naciones, fueron tantas las facetas que desarrolló en su rica vida que las palabras por sí mismas no bastan para expresar la magnitud de tan rica personalidad.

Nacido en 1778 en la entonces gobernación de Misiones, en el Virreinato del Río de La Plata, su padre era gobernador de la zona y tenía la tarea de contener el avance portugués por las fronteras virreinales. 
Después de tantos años de fiel servicio, fue recompensado por el rey Carlos III de España y tras vivir en Buenos Aires un tiempo, en 1784 la familia San Martín se trasladó a España, donde José de San Martín y sus hermanos varones siguieron la estela paterna e ingresaron en la carrera militar. José se destacó en los ejércitos reales y rápidamente ascendió tras alcanzar en 1808 el grado de coronel, siendo uno de los pocos criollos en revistar con tan alto rango en las filas del ejército español.

Precisamente el año 1808 marcaría un giro en la historia de San Martín. Tras la invasión napoleónica a España, el joven coronel se alisto rápidamente en las filas de la resistencia española, y se distinguió en los campos de batalla en contra del mejor ejército de Europa. En la Batalla de Bailen, bajo el mando del general Javier Castaños, el valiente coronel se destacó por su valentía y su honor, y tras la victoria frente a las tropas del francés mariscal Du Pont, fue premiado con las más altas condecoraciones y su ascenso a teniente coronel. Parecía que un futuro brillante le esperaba en la península, pero José quiso más, y los vientos de la vida lo llevaron a nuevos rumbos.

1810 lo sorprende en Londres, donde el joven oficial se empapa de las ideas libertarias del liberalismo ingles y de la Revolución Francesa, funda con algunos camaradas de armas criollos la llamada Logia Lautaro y juran llevar la libertad a los pueblos sojuzgados de América. 
El teniente coronel San Martín pondrá sus saberes militares al servicio de la tierra que lo vio nacer. 
En 1812, arriba al suelo americano.

Los acontecimientos se suceden vertiginosamente: presentación ante el gobierno del Triunvirato, la creación del Regimiento de Granaderos a Caballo (primera tropa profesional de la historia latinoamericana), su matrimonio con la joven patricia Remedios de Escalada, su triunfo en San Lorenzo (que salvó al Litoral de una invasión realista), el nacimiento de su hija Mercedes, los años cuyanos (donde gestó la gran hazaña del Cruce de los Andes y puso a un pueblo en armas), el cruce de las nieves eternas y la libertad de Chile, consumada cuando el sol de Maipú se puso el 5 de abril de 1818, y sus planes para libertar la tierra del inca y llevar el acero patriota al corazón del imperio español en Sudamérica.

Se enfrentó a las mezquindades de sus compatriotas y no quiso manchar su espada con la sangre de tantos hermanos, por eso se mantuvo al margen de las guerras civiles que empezaron a destrozar su magna obra. 
Pero no se amilanó, y agosto de 1820 lo encuentra en las costas peruanas con su ejército. 
Una campaña relámpago lo deposita en Lima en septiembre. 
Como flamante Protector del Perú, intenta organizar el nuevo país libre, pero los realistas siguen aguijoneando a su ejército y se da cuenta de que solo no podrá concluir la campaña. 
Por eso, y al no poder contar ya con el apoyo de Chile ni del Río de la Plata, recurre a otro titán de la libertad americana, Simón Bolívar, que desde el norte venía batiendo a los ejércitos coloniales sin pausa.

Se reúnen en Guayaquil en enero de 1822. Allí San Martín intenta comprometer más a Bolívar con sus planes pero no lo logra y, mostrando una gran humildad, abandona el poder en Perú y en 1823, al enviudar y ante las maquinaciones de sus enemigos políticos, se ve obligado a expatriarse. 
Primero Londres, luego Bruselas, en donde el pueblo belga lo recibe con afecto y le pide que comande sus ejércitos en la lucha por la independencia (ofrecimiento que amablemente declina pero recomienda a un amigo suyo, un militar español que será el que finalmente conseguirá la libertad de ese país); más tarde recala en Francia, y se instala en Grand Bourg, un suburbio parisino.

Pero no perdió el contacto con su patria amada, y en la guerra contra Brasil (1826-28) y durante el bloque anglo-francés (1845-1850) no solo toma partido por su país sino que incluso ofrece sus servicios al ejército nacional. En 1829 hace un intento por regresar al país y al llegar a Buenos Aires le ofrecen incluso el gobierno de la provincia de Buenos Aires, creyendo que su figura respetable apaciguaría la guerra civil que devoraba al país. Pero ve que esta intentona es inútil ante lo exaltado de las pasiones y declina el ofrecimiento, regresando a Europa con su hija. En 1848, se instala definitivamente en Boulogne Sur-Mer y su hija lo hace abuelo de dos nietas que alegran sus días, junto con la visita que le hacen algunos jóvenes argentinos admirados por su ejemplo, tales como el sanjuanino Sarmiento y el tucumano Alberdi (dos nombres que después serán protagonistas en nuestra historia), y lega su sable vencedor a Juan Manuel de Rosas, reconociendo su arrojo en la lucha contra el enemigo extranjero.

San Martín pertenece desde hace 164 años a la historia, pero su corazón y su genio siguen viviendo y a través de los siglos reclaman a los oídos de cada argentino de bien un llamado inmortal: “Seamos libres y lo demás no importa nada”. 

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